viernes, 7 de marzo de 2014

Callar es mucho más que un simple cerrar la boca

El silencio no es un amordazar nuestra lengua sino un liberarnos del ego y de la necesidad compulsiva de decir algo, de manifestar algo sobre nosotros o sobre el mundo que consideramos “propio”.

 Callar es ceder la palabra a nuestro rostro, a nuestra mirada, a nuestra postura, a nuestro movimiento, sobre todo cuando éste acaba conformando el gesto de la quietud.

Callar es la pareja por excelencia de la palabra en la danza de la conversación, la nota relevante en la sinfonía de las relaciones, la no pincelada que resalta los otros colores del lienzo.

El arte de callar es un paradójico arte de hablar: el arte de un silencio que significa, que expresa, que comunica, que toca al otro, “tras-tocándolo”. El silencio toca en una hondura a la que las palabras no pueden alcanzar.

Lo indecible, lo difícil de decir, puede decirse simplemente callando.

Callar nunca puede ser el resultado de un mandato o de una imposición.
Callar es un latido del corazón que no se precipita, que late en calma; el silencio es un imperativo del alma.

Hay un aforismo ya clásico que dice: “sólo se debe dejar de callar cuando se tiene algo que decir más valioso que el silencio”.

En las palabras que no brotan y son abrazadas por el silencio uno está ante el riesgo de perderse, de derramarse y disiparse.

El silencio es un cerrar la boca que mantiene el corazón bien abierto y la mente bien despejada y libre: libre de toda pretensión, afán o expectativa.

Ya en el siglo XVII, el abate Dinouart escribía: “Hay formas de callar sin cerrar el corazón; de ser discreto, sin ser sombrío y taciturno; de ocultar algunas verdades, sin cubrirlas de mentiras”. Y en la escala de la sabiduría, el grado más bajo sería “hablar mucho, sin hablar mal ni demasiado”; el segundo grado consistiría en “saber hablar poco y moderarse en el discurso”. El primer grado de la sabiduría hace referencia a “saber callar”.

El silencio habla el lenguaje del corazón. El arte de callar es un arte del corazón: “lo esencial es indecible. Sólo se habla y se escucha bien con el corazón”.


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